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Cuarentena, pero desde la calle

Entrega de alimentos a habitantes de calle. Proporcionada por el Padre Jhojan Acendra De Oro.

 

 

Por: Claudia M. Quintero

Los habitantes de la calle viven los efectos de la cuarentena de una manera totalmente distinta a los más privilegiados. Ellos no tienen Netflix para distraerse, algunos ni comida para sobrevivir. 

El sol caliente de Barranquilla y el aislamiento obligatorio no son impedimento para que Cornelio, como lo llaman en su barrio, salga a caminar las calles junto a su fiel amigo de cuatro patas, para recoger botellas que vende de tienda en tienda y de ferretería en ferretería. El apodo se lo acuñaron por el personaje que interpreta Roddy McDowall en aquella película famosa de 1968, El planeta de los simios.  

Su verdadero nombre es Alberto José y en Las Tres Ave Marías es más famoso que la Valdiri en Barranquilla. Tiene 42 años, pero su aspecto es de una persona de tan solo 20 años, algo trajinado, pero joven. 

Una gorra azul oscura, casi negra, siempre lo acompaña, al igual que la bolsa naranja, donde lleva sus tesoros diarios, los potes y botellas que va encontrando. Lleva puesta una pantaloneta de hacer deportes, que deja sus delgadas piernas al descubierto y una camisa que le dobla la talla. 

El episodio extremo que lo condujo a estar así lo recuerda con mucha tristeza. “Un día estaba tan borracho que ni sabía que me estaba tirando a un arroyo”. Ahora camina con una pierna coja y el dolor es, en sus palabras, desastroso cuando se sienta. Imagínese usted el nivel de dolor luego de caminar todo un día.

Se ganaba 30.000 pesos en una de sus jornadas peregrinas, pero el repentino aislamiento, desconocido para él, le cerró las puertas de esos lugares donde le compraban las cosas que iba encontrando. Esos 30.000 pesos desaparecieron como desaparece el virus con agua y jabón.  

Cuando conversamos ya habían pasado 55 días de cuarentena y hasta ese día ningún programa estatal se había acercado al barrio Tres Ave Marías, por el que ronda, para proporcionarle ayuda a personas que como él no tienen cómo protegerse del contagio por el virus.  

Alberto José es muy cuerdo y de todos estos días solo recuerda haber recibido un mercado de un hombre que lo conoce. Come de la caridad de sus vecinos, no lava sus manos constantemente, no usa tapabocas porque como afirmar “no hay para comprarlo” y no tiene gel antibacterial. Además, en su barrio ya hay una persona contagiada, pero él debe salir, sin ninguna protección, a buscar las botellas que le salvan la vida mientras lucha con un enemigo doblemente peligroso, porque no sabe a lo que se enfrenta y no tiene protección alguna. 

La cuarentena le ha restado ingresos, ya muchos no le compran sus potes. Junto a eso, ya menos personas le dan comida. Del resto, su vida sigue normal, porque continúa caminando las calles de San Salvador, Paraíso y Tres Ave Marías con total normalidad. ¿Cómo decirle a este hombre que se quede encerrado? No salir implica no conseguir para comer. 

Héctor Enrique Martínez es otra de las personas que está teniendo una situación crítica. Él vende material de reciclaje que logra recoger en las calles, pero la cuarentena ha causado que muchos no compren sus materiales y los que sí le compran ya no le pagan igual. 

 

Todos los días se alista para llevar, con las pocas fuerzas de un adulto mayor, el peso no solo de su vejez, sino el de su carretilla, con la que logra transportar de un lado a otro todo el reciclaje que se encuentra en las calles. 

Debe responder por sus nietos, a quienes se les murió el papá, y por su hija. Es otra de las personas a las que el gobierno no puede ir a decirles “quédate en tú casa, que evitar el contagio depende de ti”. Para él no salir a “rebuscarse lo del diario” implica poner en riesgo no solo su vida, sino la de su familia completa. 

A diferencia de Cornelio, Héctor sí se ve como una persona mayor. Sus cabellos blancos y el peso de cargar con su carretilla a diario se le ve en las facciones de su cara, en su espalda doblada y en sus manos un poco tullidas y arrugadas. 

Héctor pasa sus días en Siape, uno de los barrios de la ciudad con amplias dificultades económicas y con un gran número de personas contagiadas. A pesar de eso, debe salir a arriesgarse, porque hasta aquí tampoco han llegado los programas de la Secretaría de Desarrollo Social de Barranquilla.  

 

Como Alberto José y Héctor Enrique hay muchos otros que están igual de desamparados, peor aún en estos tiempos de pandemia, en los que ellos son los más afectados, porque dependen de lo poco que pueden conseguir en el día y porque son los más propensos a contraer el virus y, tal vez, a morir en las calles, porque muchos ni acceso a salud tienen. 

El aislamiento ha afectado, sin duda alguna, a diferentes sectores, pero los verdaderamente golpeados son los pobres, entre ellos, los habitantes de la calle. A diferencia de muchas personas, estos no tienen ni siquiera un lugar donde refugiarse y evitar contraer el virus, ahora mucho menos, agua y jabón para lavarse las manos cada 3 horas. Ni qué decir de alimentos, que a duras penas conseguían con las cosas que vendían cuando no teníamos que vivir de puertas para adentro, cuando todo estaba normal.

 

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Héctor Enrique con su carretilla en una de las calles por las que anda a diario. 

La cuarentena obligatoria sirvió para darle un poco de tiempo a los sistemas de salud para enfrentar los contagios masivos por el virus. Un parón de esta magnitud le cuesta a Colombia cada mes de cuarentena entre 48 y 64 billones de pesos, según un estudio publicado por Fedesarrollo, una entidad privada encargada de realizar estudios de política económica social. Pero mucho peor que esto, ha servido para dejar las venas abiertas de las enormes brechas sociales y las grandes desigualdades que hay en este país.

Colombia tiene cerca de 13.252 habitantes de calle, según el censo que el Departamento Nacional de Estadísticas (DANE) realizó en 2019. Con esta cantidad de personas se podría llenar completamente la gradería del estadio Romelio Martínez en Barranquilla y dejar a un montón de personas más afuera. 

En Barranquilla la cifra está alrededor de 2.120 habitantes de calle, de estos, 1.188 no conocen de ningún evento o actividad de la alcaldía que se encarga de ayudarlos. Las cifras son muy frías y difíciles de asimilar, pero esa cantidad de personas viven en las calles de la Puerta De Oro de Colombia. 

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Imagen recuperada de: https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/boletines/censo-habitantes-calle/barranquilla-am-2019.pdf 

 

La solidaridad que caracteriza a los colombianos ha salido a flote y ha servido para ayudar a estas personas, que, de no morir por el virus, pueden morir por falta de alimentos. Sumado a lo anterior, las políticas de protección social de los gobiernos locales proveen ayudas a un grupo de esta población. 

El secretario Distrital de Gestión Social, Santiago Vázquez Valderrama, afirma que en el Hogar de Paso del Distrito atienden 120 beneficiarios y en el Centro de Atención Día son más de 200 los habitantes de y en calle que son atendidos. Adicionalmente, cuentan con cinco puntos móviles con los que han logrado llegar a la plaza de San Nicolás, el parque Universal, los sectores de Las Colmenas, Sazoni y El Chorrito. En esos lugares además de alertarlos y darles alientos, los proveen de un kit de aseo y bioseguridad, para que ellos puedan auto cuidarse. 

Tener una cifra exacta de las personas a las que han llegado no es posible, pero sí es cierto que estas son solo una parte de las zonas en las que hay personas que viven en las calles, lo que demuestra que aún faltan muchos lugares a los que llegar, para brindar ayuda y protección a personas como Cornelio y Héctor, que siguen luchando sin armadura contra un enemigo bien equipado. 

Las ayudas estatales han sido insuficientes, por lo que la población civil ha tomado acción. Es el caso del Padre Jhojan Acendra de Oro que, junto a la comunidad de su parroquia, Nuestra Señora del Rosario, han salido a repartir alimentos a habitantes de la calle. 

Este grupo de personas solían reunirse todas las mañanas de los domingos para compartir un desayuno y una enseñanza con los miseritos, como llaman a los habitantes de la calle “y no porque sean miserables, sino porque es con ellos con quienes se practica la misericordia”, afirma el cura. 

Frente a su parroquia, ubicada en el centro de la ciudad, hay una alcantarilla que sirve de casa para muchos habitantes de la calle. Ahí barren, cocinan y duermen. La oscuridad allí dentro tal vez no es peor que la que han tenido que vivir durante toda su vida, mucho más en estos tiempos de pandemia.

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Entrega de alimentos a personas que habitan en la calle, aquí se observa como le pasan comida a una persona que está dentro del sistema de alcantarillado. Imagen proporcionada por el Sacerdote Jhojan Acendra de Oro.

Antes, ellos comían de las sobras de los restaurantes que hay cerca al centro de Barranquilla. También, hacían filas en las panaderías cercanas para recibir el pan que había quedado. Pero ahora no hay nada de eso. Tampoco llegan los carros que cuidaban y que les servían para hacer sus pesitos. Su realidad se volvió más oscura con el coronavirus.  

Para el padre la misión está clara, ayudar a los más afectados, es por eso por lo que dan lo que tienen. “Les llevamos lo que nos llegue, si tenemos desayuno, eso les llevamos; si tenemos cena, con eso salimos”, afirma con vehemencia el párroco de Nuestra señora del Rosario. 

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Entrega de alimentos a personas que habitan en la calle. Imagen proporcionada por el Sacerdote Jhojan Acendra de Oro.

 

Pensar en pasar la cuarentena protegidos y viendo películas, leyendo libros, haciendo recetas o ejercicio es solo privilegio de unos cuantos en Colombia. Otros, tienen que pasar hambre mientras siguen en las calles sin protección alguna y exponiendo sus vidas. El virus, que llegó a mano de los ricos que viajaban por Europa, terminó por afectar de sobremanera a los pobres que viajan de alcantarilla en alcantarilla. 

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